El pasado viernes día 1 de abril asesinaron al penúltimo vigilante de seguridad. El profesional trabajaba solo y desarmado, y un criminal energúmeno lo asesinó a golpes. El difunto se llamaba Rafael García Jimenez, tenía 44 años, estaba casado y tenía un hijo de cinco años de edad.
Le asesinaron porque en Renfe, lugar donde prestaba sus servicios, decidieron ahorrar dinero a costa de la seguridad de los viajeros y de los propios vigilantes, que han visto reducido su número de forma importante, y que se han visto despojados del arma de fuego. Este no es un caso aislado, solo es el penúltimo (porque desgraciadamente habrá mas), de una ya larga lista de vigilantes apaleados y asesinados. Algunos ejemplos de Vigilantes asesinados son José Antonio Jiménez Ceferino, de 32 años, fallecido en enero de 2010 después de recibir una brutal paliza por parte de unos ladrones de cobre de nacionalidad rumana cuando prestaba servicio en una planta fotovoltáica situada en el Camino del Loro, en Marchena, o Jerónimo Luna, el vigilante de seguridad de 48 años, que falleció como consecuencia de los disparos recibidos en el atraco en El Viso al furgón blindado que custodiaba en el año 2008 en Sevilla. A las continuas muertes en acto de servicio de los vigilantes se suman las descontroladas y numerosísimas agresiones, muchas de ellas de enorme gravedad que sufren a diario estos profesionales. Ejemplos hay por cientos, algunos son los vigilantes del Hospital Clínico Virgen de la Victoria de Málaga, el caso de la batalla campal del hospital clínico de esa misma localidad con dos vigilantes agredidos y heridos, uno de ellos una mujer con fisura en la muñeca y daños en las cervicales, los dos vigilantes del hotel de la calle Matxin de Bilbao que fueron apaleados por cuatro delincuentes sorprendidos robando, los tres vigilantes agredidos en el Área de Urgencias del Hospital de Jerez, las continuadas agresiones sufridas por los vigilantes del centro de reclusión de menores Marcelo Nessi, los dos vigilantes de seguridad privada del centro comercial Isla Azul, en Carabanchel de Madrid, agredidos por una familia de gitanos, el vigilante de seguridad herido grave, con dos heridas de bala, por un tiroteo a manos de unos atracadores en el mismo centro comercial Islazul de Carabanchel, el vigilante de la oficina del INEM de Parla, trabajador que recibió varias heridas por arma blanca propinadas por un ciudadano marroquí, los dos vigilantes (hombre y mujer) del Metro de Madrid que sufrieron una brutal agresión en la estación de Plaza Elíptica a manos de un grupo compuesto por al menos ocho "grafiteros", mientras algunos de ellos grababan en vídeo la agresión para colgarla en Internet, los dos vigilantes del hospital Doce de Octubre que fueron agredidos en la calle de Baleares esquina Condes de Barcelona en Carabanchel al salir de trabajo por 10 ó 12 salvajes al grito de "¡Son los machacas del Doce! ¡A por ellos!", dejando a uno muy grave y asesinando al otro, de 45 años de edad, que murió por los golpes poco después, la paliza al vigilante de un centro comercial de Barakaldo que le propinaron dos ladrones a los que sorprendió, o el vigilante que fue golpeado con un ladrillo en la cabeza mientras custodiaba la obra de un supermercado en Amate en Sevilla con fracturas en el pómulo, el tabique nasal y los dos labios, que escupió tres dientes enteros y le rompieron dos más, y que acumuló golpes en la mano, pie, caderas, por unos encapuchados armados con palos y armas eléctricas de esas que no se permiten a los vigilantes... Podría escribir páginas de sucesos semejantes, y no estoy enumerando todos aquellos casos de accidentados por trabajar en condiciones infrahumanas, ni los acosos laborales a que muchos son sometidos. Hasta cuando el Estado va a seguir siendo cómplice de tanta muerte y agresión. Cuando el Ministerio del Interior va a cumplir con lo que es su obligación, cuando la sección de la policía encargada de evitar estos sucesos va a salir de la sombra de presunta corrupción en que está sumida y de la que todos los vigilantes y escoltas están convencidos. No se puede esperar que las empresas de seguridad privada se preocupen de la seguridad personal de sus empleados, pues su único interés es hacer caja, pero ¿cuando la Inspección de Trabajo va a tomar cartas en el asunto?. No menciono a los sindicatos, porque ya es para vomitar. ¿Hasta cuando?, ¿cuantos mas han de morir asesinados?, ¿cuantos mas han de ser apaleados?. El señor Jesús Neira, el célebre profesor que casi muere de un puñetazo por defender a una mujer de una agresión, fue elevado a los altares, reconocido, y hasta se le concedió un cargo relevante en la Administración. No voy a valorar si lo merecía o no, pero, ¿no lo merecen igual e incluso mas cualquiera de estos profesionales que nos proveen de seguridad a todos los ciudadanos?. Entonces por que permitimos que trabajen sin medios de defensa, que los asesinen vilmente, que los apaleen a diario. Los ciudadanos somos responsables de su situación tanto como lo son ellos mismos por su resignación a una situación que es intolerable y que debería perseguirse penalmente. Un vigilante no puede trabajar sin la consideración de agentes de la autoridad que durante mas de cien años tuvieron, y que ahora solo les cubre cuando actúan requeridos por una autoridad o sus agentes, dándose la incoherencia de no tener esa consideración el resto del tiempo que en la práctica es casi nunca, pese a que por Ley son considerados auxiliares de los Cuerpos de Seguridad públicos, ya que la seguridad es exclusiva del Estado. ¿Algún policía estaría dispuesto a trabajar en parecidas condiciones?, ¿los ciudadanos lo consentiríamos?, entonces, ¿por que se consiente esta carnicería que padecen los vigilantes de seguridad?. La policía no conoce ni concibe un solo servicio que deban prestar desarmados, pero se los imponen a los vigilantes. Ya está bien. Que se exija mas formación, y que quien no de la talla se vaya fuera, pero ni un solo vigilante sin arma, ni un solo servicio unipersonal, ni un solo vigilante sin protección judicial. Si el Estado no los respeta ni protege, si ellos mismos no se respetan ni se hacen respetar, y si las empresas los explotan haciéndolos servir de carne de cañón, las muertes se seguirán sucediendo indefectiblemente. Esto que está pasando es un claro síntoma de la degeneración de la sociedad y de todos sus estamentos. Una sociedad sana está obligada a proteger a sus defensores, y eso son los vigilantes de seguridad.
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