domingo, 11 de septiembre de 2016

VIDA DE PERROS (MERECE LA PENA LEER)


VIDA DE PERROS

Un buen amigo me llamaba ayer para comunicarme que durante la noche, dos energúmenos habían apaleado con una barra de hierro al vigilante de seguridad que los sorprendió tratando de forzar las máquinas de café del Hospital de Galdakao, en Bizkaia. Por ver si lo conocía y podía ir a visitarle o, al menos, transmitirle mi solidaridad y mi afecto, hice algunas indagaciones sin resultado y a día de hoy, aunque conozco su nombre, creo que no lo conozco a él. Pero da lo mismo, entre perros se hace manada y desde aquí le mando mi abrazo solidario, el verdadero, no ese que cuando te lo dan te levantan la cartera y que es el que administraciones, clientes y sociedad en general vienen dando a los vigilantes en estos casos. El mío, repito, considérelo sentido y auténtico porque al transcurrir de los años uno ha llegado a conocer lo que es estar en el suelo recibiendo como una estera sin saber como acabará la cosa.

En agosto, otro buen amigo me contó que una vigilante de la estación del ferrocarril, fue avisada de que bajo un puente de Bilbao, uno de tantos sobre la ría, había una mujer colgada, ahorcada para que me entiendan. Acudió allí y, viendo que aún conservaba un hálito de vida, le realizó las maniobras de reanimación que le han enseñado en los cursillos anuales de la empresa y la sacó adelante hasta que pudo ser atendida por los sanitarios de la ambulancia que acudió al lugar.

Ese mismo agosto, otro señor se quejaba en una carta al director de que los vigilantes de Metro Bilbao habían dejado a un menor indefenso al no informarle de cuándo era el último tren de la noche, ni darle posteriormente solución alguna para que no fuera caminando él solo por oscuras carreteras hasta su casa. Se sorprendía este hombre de que no lo hubieran machacado a palos al chaval ya que a esas horas los vigilantes tienen poco trabajo y el aburrimiento predispone, según él, a la tortura sistemática de niños. Consultadas mis fuentes en el mundillo, que son muchas, resultó que los vigilantes habían contactado con sus padres, habían dado al menor toda clase de información y facilidades, que este se negó a seguir,  y por fin el chaval fue recogido en la misma estación o aledaños por el progenitor avisado previamente. También descubrí que el de la carta al director es un señor que se dedica, a falta de mejores talentos, a escribir a todos los directores de medios para ver su nombre en letra impresa bajo diatribas dirigidas a políticos, policías, vigilantes y todo lo que represente, aunque sea de lejos, un atisbo de autoridad. Es un problema que tiene, al parecer. Por su parte, me contaron también que al padre del chaval le molestó mucho que los vigilantes no hubieran acercado al crío a casa en el coche de empresa, abandonando el servicio público si fuere preciso, para no tener él que ir a buscarlo. A esas horas ya se sabe.

Tres historias contadas rápido, dos han salido en prensa, una, la de la vigilante heroína que salvó una vida, no la conoce nadie. Así son las cosas. Mientras, en cualquier parte, hay un tipo con un cuchillo, con una barra de hierro, a lo mejor con un fusil, esperando a hacer lo que vino a hacer. Por el pasillo se acerca el vigilante, solo, para recibir el golpe mortal y evitar que le llegue a usted. Por lo menos, téngale un respeto. Creo que no es mucho pedir.

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